sábado, 8 de julio de 2017

EL ARTISTA Y EL MAGNATE

Los murales mexicanos
A semejanza de las demás actividades humanas, el arte no escapa a las controversias. Tanto en la pintura como en la literatura y en las artes plásticas, entre las opiniones que se encuentran en disputa, se destaca la que señala si el artista debe o no expresar en su producción un compromiso con la sociedad. Para algunos es un deber que lo haga, mientras que para otros la obra no debe “contaminarse” con ideas políticas. Considero que ambas variantes son aceptables, pero prefiero la primera, y en este aspecto, los muralistas mexicanos se sumergieron con toda su fuerza y talento artístico, volcando su militancia política en la pintura.

La historia del nacimiento de los murales mexicanos se remonta al comienzo de 1920 durante la administración del general Obregón. El movimiento muralista de ese país, que fue revolucionario a nivel mundial, está constituido por 3 líderes: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. Simpatizantes del comunismo, consideraron que el arte debe proyectarse fuera de los museos y galerías, volverse gigantesco y estar situado en lugares donde toda la población pudiera apreciarlo.

Estos tres artistas desempeñaron un papel central en la vida cultural de México durante el período postrevolucionario. Sus obras no podían ser compradas ni vendidas, porque fueron creadas bajo pedido del gobierno con el propósito de exhibirlas permanentemente en las paredes de los edificios públicos para que toda la población las apreciara. De la gigantesca producción de estos tres gigantes, me limitaré a Diego Rivera, haciendo énfasis de su obra “El hombre en la encrucijada”.

       Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros
                          
Rivera nació el 8 de diciembre de 1886 en la ciudad de Guanajuato. Desde la infancia y oponiéndose a los deseos de su padre, quien pretendía que siguiera la carrera militar, comenzó a tomar clases nocturnas en la Academia de San Carlos de la capital mexicana. Su talento artístico le permitió ganar una beca para profundizar los estudios en Europa donde permaneció durante 15 años, lapso durante el cual en forma secuencial tuvo amoríos con dos artistas rusas y de cada una engendró sendos hijos que casi nunca vio. 

También durante este período sus obras sufrieron cierta influencia de Paul Cezanne y del postimpresionismo.
A su regreso a México quedó cautivado por los murales de Orozco, Rufino Tamayo y Siqueiros, pero decidió desarrollar su propio estilo.


                                  Diego Rivera (1886-1957) Autorretrato

Diego Rivera, usando formas simples y colores muy vivos, abordó todos los aspectos de la historia de México, desde la vida cotidiana de los aztecas, pasando por la conquista española, donde resaltó, sin escatimar detalles, la crueldad de Hernán Cortés y sus hombres, para finalizar con la Revolución Mexicana.


Porción de mural que muestra una escena de la conquista de América y el sometimiento a esclavitud de los indios

En búsqueda de un medio adecuado a esta expresión decidió experimentar con la técnica del fresco, que consiste en pintar directamente sobre la argamasa (mezcla de cal y arena) mojada, para que el color penetre y, al secarse aquélla, lo fije.

La mayoría de estos murales fueron realizados durante la década de 1920 y se encuentran en los principales edificios públicos del Distrito Federal. Ver las obras de los tres grandes muralistas mejicanos es un paso imprescindible para cualquier persona que ama el arte, ya que constituyen un fenómeno pictórico único en la historia de la pintura universal.

El hombre en la encrucijada
Entre 1930 y 1934, la fama de Rivera había adquirido tal dimensión que fue convocado para pintar murales en Estados Unidos. Se fue al país del norte acompañado por su esposa y pintora Frida Kahlo, cuyas obras después de muerta valdrían fortunas y se harían enormemente populares. En el Instituto de las Artes de Detroit, Rivera realizó una alegoría y exaltado elogio del desarrollo industrial de ese país.


                                    Diego Rivera y Frida Kahlo

Luego se trasladó a Nueva York para pintar un mural del Rockefeller Center, un conjunto de rascacielos que se convirtieron en el emblema de Nueva York. Este paso de Rivera constituía toda una contradicción para un artista que afiliado al Partido Comunista e imbuido de profundos ideales revolucionarios, se encontraba ahora en el epicentro del mundo capitalista y nada menos que en el edificio del magnate de la Standard Oil. Los Rockefeller estaban considerados en el mismo Estados Unidos como pertenecientes al grupo de los “robber barons”. Así se denominan los millonarios de escasos escrúpulos que hicieron su fortuna sin escatimar el empleo de métodos enfrentados con la ética.

El magnate y su familia conocían las ideas socialistas de Rivera, pero querían contar con un artista de su reputación para pintar uno de los tres murales del vestíbulo de la sede de la compañía petrolera. Se trataba simplemente de que pusiera a un lado sus creencias políticas y trabajara como lo había hecho en Detroit para los Ford, donde se limitó a ensalzar los logros de la ingeniería norteamericana. El mexicano aceptó las cláusulas del contrato y puso manos a la obra.

A medida que el trabajo avanzaba, Rivera que ya había recibido varias críticas de sus correligionarios y quizás sintiéndose un traidor a la causa socialista, en una especie de rebeldía a la situación en que se encontraba, comenzó a realizar cambios sustanciales, se alejó de los bocetos originales que había mostrado a Rockefeller y pintó un mundo bipolar. 

El mural resultó ser de una composición compleja y bellísima. La figura central era un hombre que representa a la humanidad. En sus manos están las herramientas de la ciencia y la tecnología que aluden indudablemente a su capacidad de control y manejo de la historia con miras al futuro. Del lado izquierdo hay signos claros del mundo capitalista: fuerzas del orden reprimiendo obreros, una burguesía decadente que solo piensa en fiestas y diversiones y ejércitos invasores con máscaras antigás. Para el pintor representaban el pasado. Sin embargo, fueron las imágenes de la parte derecha del panel, que simbolizaban el futuro de la humanidad, las que suscitaron todas las críticas y controversias. En la parte superior del mural surgía el pueblo organizado, marchando por su derecho a gobernarse, pero más abajo, entre las masas obreras, se encontraba la figura inconfundible de Lenín.
Cuando Rockefeller vio el mural, en estado ya muy avanzado, le exigió a Rivera que retirara la figura del fundador y personaje cumbre del Partido Comunista. “Es mi mural” sentenció el mexicano. “Sí, pero está en mi pared” le contestó el magnate. Ambos adoptaron posiciones totalmente intransigentes y finalmente Rockefeller indemnizó al pintor y mandó destruir el “infame” mural.

Afortunadamente, la obra había sido filmada durante su elaboración, se habían tomado numerosas fotos desde distintos ángulos y además estaban los bocetos. Rivera regresó a México maldiciendo y denostando al magnate y decidido a que su creación no debía morir, la replicó en el tercer piso del Palacio de Bellas Artes del Distrito Federal.

 Le hizo varias modificaciones y se desquitó pintando a la señora de Rockefeller junto con una prostituta jugando a las cartas, también agregó la figura de Charles Darwin. Del lado derecho, no solo quedó Lenin, agregó también a Marx, Engels, y Trotsky.

El mural se extiende sobre una superficie de 4,46 x 11,46 metros y es una joya del arte pictórico y un desafío para todos los que pretenden negar la evolución de los procesos históricos. Ahora se llama “El hombre controlador del Universo”.


                           El hombre controlador del universo

Desmond Rochfort. Mexican Muralists. Laurence King Publishing. London 1993.
Rachel y Josh. El muralismo mexicano. El hombre controlador del universo: un análisis. http://rachel-y-josh.tumblr.com/post/130108487588/el-hombre-controlador-del-universo-un-an%C3%A1lisis


1 comentario:

  1. Oswaldo C de Maryland8 de julio de 2017, 12:35

    Muy bueno, Ricardo, tu artículo sobre Diego Rivera y gracias por mandar. Su arte es magnífica, su política no tanto.

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