martes, 29 de septiembre de 2015

MUERTE DE UNA REINA

El robusto caballo percherón arrastra el carromato por las calles de París. Sentada sobre una simple tabla, bamboleándose por las desigualdades del pavimento y sencillamente vestida, María Antonieta se dirige hacia la muerte. Una simple cofia, como la de cualquier campesina, reemplaza a los costosos sombreros que solían adornar su cabeza. El verdugo lleva cogido el extremo de la larga cuerda con la cual ató a la espalda las manos de la reina, como si hubiera peligro de que su víctima, rodeada por dos filas de soldados, pudiera saltar del carro y mezclarse con la multitud. A lo lejos sobre un estrado se perfila la imagen de la guillotina.

María Antonieta se mantiene erguida, la mirada al frente ignorando al populacho, que observa la escena en silencio. Es el mismo pueblo que la vivaba al grito de ¡vive la reine! y agitaba los sombreros las pocas veces que de Versailles se trasladó a París para presenciar alguna función teatral o asistir a fiestas palaciegas. Entonces iba en el mejor carruaje, cubierta de joyas y con el costoso vestido que solo usaría ese día, porque la reina cambiaba su atuendo los 365 días del año. 

La corte de Versalles con su conducta frívola e indolente, en la cual ella era la figura principal, se había apartado tanto de la verdadera Francia que no advirtió las nuevas corrientes que en forma creciente y amenazadora agitaban al país. Una burguesía desconforme impregnada de las ideas de Jacobo Rousseau, miraba con cierta admiración los derechos de la sociedad inglesa. Los que regresaban de la guerra de la independencia norteamericana, hablaban de un país que suprimió las clases sociales y estaba gobernado por una elite política pujante y esclarecida.

Ajena a todos estos cambios, María Antonieta había vaciado las arcas del estado con sus costosas joyas, los bailes y festines en el Trianón, el pequeño castillo que había hecho decorar con lujo extravagante, haciendo pasar por los jardines un arroyuelo artificial con cascadas y agua traída por tuberías. El lugar donde se representaban piezas teatrales, se bailaba y se jugaba a las cartas hasta que despuntaba el sol o se había agotado el dinero disponible para ese día.


                                                 El Trianon

Las pocas horas que restaban de la mañana siguiente la reina la dedicaba a una rutina tan superficial e intrascendente como estricta. La actividad se iniciaba con el ingreso de la camarera principal acompañada de la primera doncella. Ambas tenían a su cargo los guardarropas de María Antonieta quién debía decidir el vestido que usaría ese día de los cientos que poseía según la temporada del año y las actividades del día. El segundo cuidado era el peinado, para ello llegaba todas las mañanas desde París el peinador real en carroza de seis caballos. Este proceso consumía un tiempo sustancial, porque los peinados de la reina muy elaborados, variaban cotidianamente y se caracterizaban por verdaderas torres capilares mantenidas gracias a ocultos refuerzos y a postizos mechones, a tal punto que hubo que elevar los dinteles de las puertas para que la reina y su séquito de damas no tuvieran que agacharse. Todos los retratos realizados por la pintora real, la brillante Elisabeth Vigée-Lebrun dan fe de la compleja elaboración que existía sobre la cabeza de la reina y sus damas de honor.


María Antonieta (1755-1793) por Elisabeth Vigée-Lebrun, Museo de Viena

El tercer cuidado eran las alhajas, la mayor debilidad de María Antonieta. Jamás pudo resistirse cuando esos astutos y persuasivos joyeros venidos de Alemania y de Holanda, le mostraban en estuches de terciopelo, collares de perlas, anillos de diamante, broches, diademas y pulseras engarzadas de piedras preciosas. Después venía el almuerzo y a este le seguían representaciones teatrales en el Trianón, bailes de máscaras y corrillos cuya única conversación era el chismerío del día sobre los temas más triviales.
María Antonieta se casó con el delfín en 1770 y cuando Luis XV falleció cuatro años después, el delfín se transformó en Luis XVI y ella en reina de Francia. Ambos sin proponérselo, constituyeron el equipo perfecto para despertar la pasión revolucionaria en todos los estratos de la sociedad francesa que terminaría sesgando no solo la monarquía sino también sus cabezas.

Luis XVI era un pusilánime, totalmente indeciso cuyo principal interés era la caza y las comidas. Su diario es la muestra cabal del mediocre por excelencia. En él abundan anotaciones sobre las piezas cazadas y escasean los registros de la situación política de Francia. Carente totalmente de carácter, voluntad y decisión, era la antítesis de su antepasado Luis XIV, aquél que acuñó la famosa frase: ”el Estado soy yo”.

                  Luis XVI (1754-1793). Antoine Callet, Museo del Prado

María Antonieta tenía total libertad de acción, sin mayor dificultad habría podido ocupar el espacio vacío dejado por su esposo, como lo hicieron otras reinas en distintos tiempos de la historia. Si hubiera gobernado con prudencia, visitado a su pueblo, interiorizándose de sus problemas y viviendo con más austeridad, otro hubiera sido su destino. Tenía inteligencia para todas esas funciones, pero detestaba leer los documentos oficiales y le aburrían sobremanera los informes de ministros y diplomáticos.

En vano su madre, la emperatriz María Teresa de Austria la regañaba continuamente a través del intercambio epistolar para que gobernara más y se divirtiera menos. Igual suerte corrían los emisarios de la embajada de su país. Porque María Antonieta, nacida en un palacio real, educada en los principios de la legitimidad, convencida de su derecho a reinar como un don divino y encerrada en su mundo ficticio, no tomó conciencia de los tremendos cambios que se estaban produciendo en Francia.

Cuando llega el 14 de julio de 1789 y se produce la toma de la Bastilla, el rey vacilante, en lugar de censurar a la Asamblea Nacional hace concesiones desprendiéndose de toda su dignidad, inclinándose tan profundamente ante sus adversarios que su corona rodó por el suelo. Los acontecimientos se precipitan, la revolución no puede detenerse y el blanco principal y centro de todas las culpas es esa austríaca a quién el pueblo la llama “madama déficit”. Hace tiempo que profusamente circulan libelos, folletos y pasquines acusando a María Antonieta de toda clase de delitos incluyendo, actos de espionaje contra la Revolución, la participación en orgías en el Trianón y hasta relaciones incestuosas con su hijo de tan solo 9 años. Es cierto que ella es una de las principales causas del descalabro económico y también es cierto que trató de alentar a su hermano para que con un ejército invadiera Francia y restablezca el orden. Lo demás son calumnias, pero el ciudadano común, consciente del contraste entre su pobreza y el lujo dispendioso de la monarquía y la nobleza, está dispuesto a creérselo todo.

En los meses siguientes a la toma de la Bastilla, se desploman todas las estructuras del feudalismo, se restringe el poder de la Iglesia, se establece la libertad de prensa y son proclamados los Derechos del Hombre; se ha cumplido el sueño de Rousseau. Luis XVI ya es un monarca sin poder, pero la Revolución no se detiene y debido a varios intentos de ataques del populacho a Versailles y temiendo una fuga de los reyes, la Asamblea Nacional ordena que sean trasladados a las Tullerías. Si bien se trata de un palacio confortable ya que allí vivían antiguamente los monarcas, Luis XVI y María Antonieta son perfectamente conscientes de que están prisioneros, han perdido todo poder y no son dueños de sus destinos. Intentan un escape pero son detenidos en la localidad de Varennes el 21 de junio de 1791, a dos años de iniciada la Revolución.

La fuga de la real pareja empeora su situación y el 13 de agosto son llevados a la fortaleza del Temple, pero no a los cómodos salones donde antiguamente vivían los caballeros templarios, sino a la lóbrega torre del edificio donde es imposible todo escape. Ese mismo día, la guillotina es sacada de la Conserjería y trasladada a una plaza de París. Francia debe saber que ya no impera sobre ella Luis XVI, ahora reina el terror. Cinco meses después el rey es guillotinado y María Antonieta, ahora viuda de Capet es trasladada a una húmeda y oscura celda de la Conserjería de donde solo se sale para morir.


                           Juicio a María Antonieta por Pierre Bouillon

Después de un proceso, que se puede considerar como infame, ya que se buscaron falsos testigos y le retacearon abogados, María Antonieta es condenada a muerte. Las crónicas resaltan que durante el juicio se mantuvo digna y serena, respondiendo con precisión todas las acusaciones y sin caer en los enredos y celadas que le tendía el fiscal Fouquier-Tinville.

El carromato avanza hacia la plaza donde se encuentra la guillotina, María Antonieta, sus manos atadas a la espalda, sigue erguida con la vista fija en la siniestra herramienta que pondrá fin a su vida. Es el 16 de octubre de 1793, la mañana es atroz y verdadera y la que fue reina de Francia tiene solo 38 años, pero es una mujer envejecida y canosa. Así la bosqueja Jacques-Louis David, el genial pintor de la Revolución Francesa, cuando el carromato pasa a su lado.


Trazado en lápiz de María Antonieta camino al cadalso por el pintor David

Rechazando toda ayuda, la reina sube los escalones de madera del cadalso, siempre erguida, como si lo estuviera haciendo por las escalinatas de Versailles. Con un empujón la arrodillan en la guillotina, la cuchilla cae zumbando y el verdugo exhibe la cabeza sangrante de María Antonieta, mientras la multitud grita: “¡Vive la Republique!”

En menos de un año, ascenderán al mismo cadalso el fiscal Fouquier-Tinville, algunos de los testigos del juicio, Hébert el director del periódico más virulento contra la reina, Danton, Desmoulins y Robespierre. La revolución comenzaba a devorarse a sus hijos.

Stefan Zweig. María Antonieta. Editorial Juventud Argentina, Buenos Aires 1945.

Marie Antoinette. Enciclopaedia Britannica, tomo VII, pag 844, Chicago 1995.


Andre Maurois. Historia de Francia. Compañía Fabril Editora, Buenos Aires, 1964.

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