viernes, 18 de febrero de 2011

Reflexiones campestres


El campo! Desde la más remota antigüedad esta expresión ha servido para designar a quienes poseían la tierra y nunca a quienes la trabajaban.
Cuando Julio César, a la vuelta de sus victorias, repartía tierras en Italia o en las zonas conquistadas, los beneficiados construían sus villas para el verano y ponían a trabajar a los prisioneros devenidos en esclavos.
EE.UU. y Brasil, en tiempos más modernos, consagraron este esquema importando pueblos originarios de África que, ingleses, holandeses y portugueses, traficaban en combinación con reyezuelos africanos y emires medio orientales.
Ser propietario de la tierra tuvo siempre la doble distinción de convertir en propiedad privada algo que era parte de la creación divina, y la de permitir que tales propietarios pudieran mostrarse como inmensamente ricos sin tener que hacer el mínimo esfuerzo para lograrlo. Los esclavos, como reales siervos de la gleba, si bien eran quienes hundían sus manos en la tierra de dios y la mojaban con el sudor de su frente, eran subhumanos a quienes la voluntad de dios había condenado por sus vicios y pecados, o bien, a quienes la bondad divina reservaba el premio eterno en el paraíso.
La Revolución Francesa y la revolución industrial, con motivaciones diferentes, modificaron ese esquema sin lograr eliminarlo.
Como alguien escribió, "las nociones de libertad, igualdad, fraternidad suenan muy bien, pero funcionan muy mal", y, por otra parte, la industrialización sacó al siervo de la tierra para convertirlo en proletario urbano, algo así  como saltar de la sartén para caer en las llamas. Además se creó, falsamente, una oposición campo/industria que provocó la Guerra de Secesión en USA, estuvo presente en nuestras guerras civiles, aunque menos nítidamente e, incluso, fue un slogan del régimen de Vichy que propugnaba la vuelta a la tierra como un paradigma de la vida sana y virtuosa.
En fin, el campo es un mito que aureola a los propietarios y oculta a quienes lo hacen producir. Las revueltas campesinas, en todo el mundo y en todas las épocas, no tienen otra explicación más que esa.


Y el campo descendió entre nosotros, Martín Fierro y Segundo Sombra fueron despojados de lo que les pertenecía y a fuerza de mucho fierro pasaron a ser sombra todos los que fueron como ellos convertidos en peones de campo dentro de las alambradas.  
Hubo estatutos para esos peones, y supongo que los hay aún, pero la aristocracia de la bosta, unificada con la dirigencia de los grandes grupos trasnacionales, amparada por la vergonzosa venalidad de los gremios y defendida por tribunas de doctrina y representantes del pueblo de la Nación Argentina, permite que la esclavitud permanezca, en no pocas estancias y fábricas.
En definitiva, los principios teóricos ya están dados, falta hacer que tengan vigencia.
JCA